
—Dentro de tres semanas deberás pasar las pruebas del Oráculo y, si lo consigues, ocuparás mi trono como nueva reina de los zitis —dice Lúgal, degustando un exquisito entrecot a las finas hierbas—. ¿Me pasas la sal, por favor?
A pesar de su gran capacidad de adaptación mental, la princesa Nírgal, joven heredera del reino de Kígal, no puede hacer más que atragantarse al oír las palabras de su padre; y al hacerlo escupe la mitad de la salsa de guánecs que estaba a medio tragar, salpicando sin piedad a quién tiene justo delante. Su tutor, Nakki.
—¿¿QUE ESTÁS DICIENDO?? —gritan ambos a la vez, mirando al rey con los ojos como platos.
—¡Pues lo dicho! ¡Ja, ja, ja! ¡Que me retiro! Y que mi hija y heredera… Esa eres tú, Nírgal… Ya puede ir espabilando para enfrentarse a las pruebas del Oráculo. Dentro de veintiún días, ni uno más ni uno menos. Y cuando las supere, Nakki, tú serás su nuevo Gran Consejero. Lo hemos hablado con Sannar y me ha confesado que quiere jubilarse lo antes posible. ¡Igual que yo! Y ahora… ¿alguien puede pasarme la sal, por favor?
La surrealista escena se está desarrollando en el comedor principal del Castillo de Sata, en Zink, capital de Kígal. La estancia es una sala enorme, con una mesa central larguísima, capaz de acoger a más de cincuenta personas a la vez. Columnas y arcos de piedra dan relieve al recinto, y grandes ventanales con arcos de herradura dan paso a la luz de Utu, el sol mayor de Ki. En la plaza del castillo los puestos del mercado semanal se van cerrando y los tenderos se preparan para volver a casa a almorzar.
Aunque quiera jubilarse, el rey Lugal rezuma energía y vitalidad. Su rostro, redondo y decorado por una cuidada y blanca barba, es el de una persona amante de la buena vida, dispuesta siempre a degustar un suculento festín, como demuestra su generosa panza. Pero, a pesar de estar un poco rechoncho, se conserva muy ágil, fuerte y diestro.
—¡Tiene que ser una broma! —exclama Nakki, limpiándose el rostro con la servilleta y tratando de digerir la inesperada noticia—. ¿Qué queréis decir con esto de jubilaros, majestad? ¡Si aún disponéis de doscientos o trescientos años por lo menos para seguir gobernando en condiciones! ¡Estáis en la flor de la vida!
—¡Exacto, Nakki! ¡Tú lo has dicho! ¡Estoy en la flor de la vida! Y no quiero perder más tiempo con eso de reinar. ¡He decidido acogerme a la jubilación anticipada para poder viajar y ver nuevos mundos sin preocupaciones!
—¿Sabes, papá? —reflexiona Nírgal en voz alta—. ¡Tienes toda la razón! ¡Retírate ahora que estás en la cima! ¡Las nuevas generaciones deben abrirse paso!
—¡Por encima de mi cadáver! —se opone Nakki con decisión, levantándose y apoyando sus manos en la mesa—. Majestad, ¡la princesa Nírgal es aún muy joven! ¡No tiene porqué enfrentarse a las pruebas del Oráculo tan temprano!
—Pero ¿qué dices, Nakki? ¡Si ya tengo los quince factores de habilidad necesarios para superarlas! No te agobies, ¡voy sobrada! Además, ya me conozco bastante Kígal. Me parece una idea estupenda, papá. ¡Vete de vacaciones cuando quieras, que yo reinaré en tu lugar!
—Pero… pero… pero… —triplica Nakki—, ¿pero os dais cuenta de lo que estáis diciendo? Y… ¿Y por qué debe ser ahora? ¿Se puede saber qué mosca os ha picado, majestad, si me permitís la expresión?
—Nakki, nos ha costado lo nuestro, pero por fin ahora gozamos de un período de paz —dice Lúgal, cortando sin prisa, pero sin pausa un entrecot en pedacitos—. Tras la Guerra de las Langostas el reino está tranquilo. No hay guerras, no hay crisis… El pueblo está encantado con esa manía de los musicales… No quiero esperar a pasarle el relevo a Nírgal en momentos críticos o con algún conflicto bélico de por medio. Además, cuando supere las pruebas, que no dudo que superará con nota —su hija esboza una sonrisa de oreja a oreja desde su sitio—, estaré por aquí algunos años para enseñarle el oficio y facilitarle la transición antes de irme de vacaciones. ¡Estarás de acuerdo conmigo en qué es mejor hacerlo ahora, cuando todo está tranquilo y la economía del reino está en uno de sus mejores momentos!
Mientras Nakki vuelve a sentarse y a reflexionar en las palabras del rey, éste degusta su entrecot encantado, disfrutando del momento gastronómico.
—¡Vamos, Nakki! ¡Anímate! —dice Nírgal, sacándole hierro al asunto—. ¡Seguro que lo haremos genial! ¡Tú y yo, pilotando el país! Tú sabes un montón y ya me irás poniendo al día en lo que sea necesario, hombre. ¡Serás un Gran Consejero cojonudo! ¡Ja, ja, ja!
—¡Esta es mi Nírgal! ¡Ja, ja, ja! —la secunda Lúgal, contento de la reacción de su heredera.
—Por el amor de Nissi… —murmura para sí Nakki, escondiendo su cara tras la servilleta, disimulando, como si aún tuviera salsa por limpiar—. De todas las familias reales de Ki, ¿por qué he terminado en esa casa de locos?
—Y ahora papá, cuenta, cuenta… ¿A dónde irás? —pregunta Nírgal, ignorando sin piedad el desasosiego de su sufrido tutor—. ¿Qué quieres visitar? ¿Las Hursag? ¿Las islas Kuroe? ¿O quizás Gl/ik, con los tídnums, y así aprovechas para echar unas risas con tu colega, el rey Animur?
—¡Nada de eso, pequeñaja! Voy a tomarme una temporada de descanso en la Tierra. Allí tenemos unos terrenos y una casita preciosa, ¿sabes? Quiero comprar una autocaravana y viajar por los cinco continentes con una vieja amiga anzud.
—¡El rey de Kígal en una autocaravana! —estalla Nakki, saliendo de su improvisado escondite, exasperado—. ¡Y con una anzud, para colmo! ¡En la Tierra!
—¡Oh, papá! ¡Que emocionante! ¿Podré ir yo también, a visitarte?
—¡Claro que podrás, mi niña! Pero no debes olvidar nunca que aquí el tiempo pasa mucho más rápido que allá… Cada día que pases en la Tierra será una semana en Ki, y en siete días pueden pasar muchas cosas.
—Es verdad que el tiempo es mucho más lento en la Tierra…
—¡Eso mismo! Y esa es la razón por la que no puedes entretenerte allí demasiado… Sólo hay tiempo para reunirte con el presidente de la Corporación Kadingir, visitar a los kiïtas expatriados, hacerte alguna foto con bebés, tomar una horchata… y volver de inmediato a Ki. ¡Ser reina da mucho trabajo, ya lo verás!
—Tienes toda la razón, papá… ¡Vaya! ¡Pues tendrás que visitarme tú a mí! Seguro que yo estaré ocupadísima, poniendo orden en nuestro caótico mundo. Luchando contra forajidos, piratas y corsarios, ¡defendiendo nuestra patria del invasor!
Tras este discurso, pilla un kuabba al pil pil, una especie de pez espada que estaba tan tranquilo en su bandeja, lo blande como si de un sable se tratara y salta sobre la mesa.
—¡AJÁ! ¡VOTO A BRÍOS! ¡Ni un paso más, malandrines, bribones, gaznápiros de pacotilla! ¡No me dais miedo! —grita, blandiendo el pescado contra un rival imaginario, salpicando salsa a diestro y siniestro, y pegando botes en la mesa que hacen temblar los platos—. ¡Yo, Nírgal Sata, reina de Kígal, protegeré con mi vida todas las cosechas de arroz que queréis robarnos!
—¿Cosechas de arroz? —exclama Nakki, alucinado por la dirección psicótica que está tomando el almuerzo—. ¿Te has vuelto loca, Nírgal? ¿De qué cosechas hablas? ¡No tenemos cultivos de arroz, en Kígal!
—¡Ah, esto es irrelevante, Nakki! —dice el rey, armándose con un salchichón de grandes dimensiones, se coloca una hoja de lechuga a modo de máscara y salta él también sobre la mesa con una imprevista agilidad—. ¿Tú? ¿Proteger las cosechas? ¡JA! ¿Tú y quién más, reinecita de pacotilla? ¡Ven aquí! ¡Siente la furia de Kanasul!
Los dos oponentes se encuentran en el centro de la larga mesa y, con una rápida maniobra, Lúgal bloquea sin problema el arma pez de Nírgal y le azota el trasero.
—¡Ay! ¡Esto ha sido un golpe bajo, rey de los reptiles! ¡Pero no creas que los Sata nos rendimos tan fácilmente! ¡En guardia, sanguijuela sarnosa! ¡Ja, ja, ja!
Nírgal chuta la sopera, llena de crema de calabaza, que vuela por los aires con el claro objetivo de convertirse en sombrero del falso señor de los musdágurs. Pero a pesar de acertar de lleno la cabeza real, la sopera la atraviesa como si el rey fuera un holograma y cae al otro lado de la mesa causando un estropicio considerable.
Nírgal se da cuenta entonces de que lo que tiene ante sí solo es una proyección astral, y nota la presencia de su padre a sus espaldas, pero no tiene tiempo de reaccionar y recibe un nuevo azote en sus posaderas.
—¡Eh! ¡Eso es juego sucio! —se queja, volviéndose como un rayo—. ¡No vale! ¡Yo todavía no sé proyectarme astralmente, papá!
—¿Papá? ¡Yo no soy tu padre! ¡Soy Kanasul, y estoy aquí para usurpar tu trono y quedarme todas tus cosechas de arroz! ¡Ja, ja, ja! —dice Lúgal, falseando una risa perversa y desarmando a Nírgal con una hábil maniobra.
El kuabba sale disparado de manos de la princesa y, tras describir una perfecta parábola en el aire, aterriza con contundencia ante las narices de Nakki.
—¡Que no tenemos arroz en Kígal! —repite el tutor, levantándose con gesto desesperado de la silla y yendo hacia la puerta—. Por todos los dioses… ¿Qué diablos hago yo en este castillo? Esto es un manicomio…
Mientras sale del comedor, el joven tutor vuelve la cabeza y ve como Nírgal se ha rearmado con un pollo al ast, que utiliza sucesivamente como arma y escudo contra el falso Kanasul, que ha conseguido a su vez un peligrosísimo pedazo de kisim, un queso de olor indescriptible y espantoso curado por los tídnums en sus cuevas de Úrgal.
—¡Oh, nooo! ¡Las armas químicas están prohibidas por los acuerdos de Kampoola! —oye Nakki, mientras se aleja por el corredor, dejando atrás un escandaloso zafarrancho que parece incluir rotura de vasos y platos de porcelana fina.
—¡Malditos sean los tres pies de Aneshnir! ¡Ahora tendré que cambiar por completo el plan de entreno que tenía programado! —gruñe el joven tutor, tomando notas con furia creciente en una libretita que parece haber sacado de la nada—. Si el rey ya ha anunciado que Nírgal debe pasar las pruebas, no hay marcha atrás. Hay que pensar un nuevo plan de acción para que esté lista en las tres próximas semanas… ¡Tres semanas! ¡Y yo que contaba con dos años! ¿De dónde rayos voy a sacar tiempo para conseguir…?
Sus negros pensamientos se ven interrumpidos cuando casi choca de frente contra una de las puertas del pasillo, que acaba de abrir un criado cargado con un montón de sábanas. Nakki se detiene confundido momentáneamente por el inesperado obstáculo, y lanza una mirada asesina al criado, que se apresura a hacerle una leve reverencia y a salir por piernas balanceando peligrosamente su carga.
—¡Vaya! Pero si el pobrecito no ha hecho nada malo… —dice una mujer desde el punto más alejado del corredor. El criado también le hace una reverencia, que ella devuelve grácilmente—. Si andas con la nariz pegada a tu libreta, es normal que vayas chocando con las paredes, querubín.
Nakki la observa mientras se va acercando; una dama entrada en años, de ojos azules, cálida sonrisa y cabellos plateados recogidos en un elegante peinado. A pesar de su edad, sigue conservando la sutil belleza que siglos atrás inspiró a artistas, conmovió a sabios y rompió corazones a porrillo. Annisiga es una de las ilustres damas de la corte de Kígal y miembro destacado del Consejo de Sata, no sólo por su presencia sino especialmente por su reconocida inteligencia, astucia y un savoir faire en política legendario.
Al llegar ante él, el joven tutor la saluda con respeto, inclinando la cabeza.
—Buenos días, madre.
—¿Buenos días? ¿Eso es todo? ¡Ay! Mi niño, ¿qué insípido saludo es este? —lo riñe con afecto mientras le da dos besos y un abrazo.
—Uhm… Me alegra verte —responde él, incómodo—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Vienes a hablar con el rey?
—No, no vengo a ver a Lúgal. Tengo una cita con la modista real, ¿sabes? Me gustó mucho el modelito que llevaba la capitana general de la Marina en la cena benéfica del otro día y voy a encargar uno igual. Además, los muchachos de la Cámara de Comercio me han suplicado que acepte el cargo de presidenta, o sea que quizás después me acerque a hablar con ellos… —Annisiga se da cuenta de que Nakki, aun y estar escuchándola con atención, trata de disimular un evidente malestar—. Ay, tesoro, te veo enfurruñado… Más de lo normal. ¿Qué te sucede?
Nakki duda una fracción de segundo antes de estallar.
—Pues… El rey acaba de decretar que la princesa se presentará dentro de tres semanas a las pruebas del Oráculo. Y después le entregará la corona… y se jubilará —empieza, con sus ojos clavados en sus pies.
—¡Oh, vaya! O sea que tendremos un buen festival cuando Nírgal presente su cetro ante el pueblo. ¡Qué buena noticia! Podré estrenar mi nuevo vestido…
—¡No es una buena noticia! Nírgal no está preparada para superar las pruebas, y menos aún para heredar la corona. En tres semanas es imposible que pueda completar su entrenamiento —resopla Nakki, volviendo la vista a su libreta—. Las prioridades ahora van a ser los factores de habilidad, habrá que posponer las clases de protocolo y legislación… Pero es muy poco tiempo… ¡Tres semanas! ¡Y encima, el rey se lo toma como si fuera un picnic que pueda decidir por capricho! ¡Es un desastre, madre, un completo y absoluto desastre!
Annisiga lo abraza con ternura y lo deja desahogarse.
—¡Vamos, vamos pastelito! ¿Y ese ceño fruncido? Anda, muéstrame una de tus sonrisas tan bonitas… —lo anima, con una mirada dulce y comprensiva—. No te preocupes, con el coco que tienes, seguro que se te ocurre cómo solucionar eso del entrenamiento.
—No sólo es el entrenamiento, ¡es cómo se está llevando a cabo todo eso de la sucesión! —se queja Nakki—. No… Es la forma de ser de los Sata en general. ¡Esta familia es un descrédito a la realeza kiïta! Irresponsables, despreocupados ¡y ahora mismo están metidos en una guerra de comida en el Salón de las Kleps! ¡No son serios, madre!
—Ni falta que les hace… Los reyes pueden ser como les dé la gana, serios o estúpidos, o ilustres, o chiflados, porque son lo que son —Annisiga saca un pañuelo de su manga y limpia un microscópico rastro de salsa de la mejilla de su hijo—. Para gobernar con seriedad y diligencia ya estamos nosotros…
Nakki considera sus palabras en silencio, mientras su madre termina de limpiar su cara y se asegura de que lleva el pelo y la túnica impecables.
—Madre, tú siempre has sabido como son, el rey y Nírgal… Entonces, ¿por qué me recomendaste al Consejo de Sata para optar a ser tutor de la heredera? —pregunta, con un casi imperceptible tono de reproche en su voz.
—Ay, mi niño, ¿cómo te lo diría? Se me rompía el corazón viendo a un joven como tú, alto, listo y apuesto, con un expediente académico sublime y un futuro brillante a su alcance, terminar como chupatintas en una ridícula empresa terrestre… Estabas perdiendo el tiempo, en la Carioca.
—Se llama Coca-Cola. Y por poco que te guste, estaba haciendo un buen trabajo allí.
—¡Claro que sí! Tu siempre será bueno en todo lo que te propongas hacer, querido, pero en la empresa de tu tío estabas desperdiciando tu talento. Además, cuando vivías en la Tierra no te veía nunca, y a saber lo que te daban de comer… No, no, éste es tu lugar. Además, ¡estás subiendo peldaños en la escala social! Le has demostrado al rey lo que vales, y desde que eres tutor de la heredera te ha nombrado miembro del Consejo Circunstancial, Guarda Jurado del Quinto Pino, Representante ziti del Protocolo 108/3, Comisario de Asuntos Espaciales…
—Eso son un puñado de títulos sin valor.
—Son títulos, calabacín, y eso es lo que cuenta. Haber conseguido toda esta colección a tu edad no está nada mal. Y, además, quién sabe si Lúgal no está pensando en nombrarte Gran Consejero de la futura reina…
Nakki vuelve a fijar su vista en el suelo, incómodo.
—Ya lo ha hecho. Cuando ha hablado de las pruebas de Nírgal, el rey ha añadido, sin darle ninguna importancia, que yo iba a ser el siguiente Gran Consejero.
—¡Oooooh! Patito mío, ¡que gran noticia! ¿Ya lo sabe Sannar? Seguro que sí, que para eso es la consejera del rey… Debe estar encantada de que tú seas su relevo. Ya sabes que te aprecia muchísimo. Pero si tienes que aprender tus nuevas funciones, tendrás que dejar de ser tan tímido con ella… Piensa que a partir de ahora, pasaréis mucho tiempo juntos, ¿eh? Y a veces te noto como incómodo a su lado, parece que no te guste su compañía.
—¡Eso no es cierto! ¡Con gusto pasaría el resto de mi vida a su lado! —exclama Nakki, enrojeciendo al darse cuenta de su propia vehemencia—. …Para aprender a gobernar, para que me enseñe como ser un buen Gran Consejero. Pero no será posible por culpa de un entrenamiento que terminaré a tiempo, porque solo tengo tres semanas para un proyecto que estaba previsto desarrollar en años, y no sé cómo adaptar…
—Nakki, Nakki… —lo interrumpe con suavidad Annisiga, cogiendo su rostro en sus manos con una sonrisa afectuosa y tranquilizadora—. No te ofusques. No dejes que los problemas te superen, lo que debes hacer es pensar en cómo resolverlos de la mejor manera. Recuerda siempre que, si trazas el plan, el resto llega solo. Te saldrás con la tuya… Y aunque no fuera así, aunque todo se vaya al traste, yo siempre orgullosa de ti.
Nakki inclina la cabeza y su madre aprovecha la ocasión para ponerse de puntillas y dejar un beso en su frente.
—Gracias —murmura él, apenas un susurro.
El instante queda interrumpido por un sonoro CATACLANG-CLANG-CLANG. El origen del estruendo es una especie de cazuela a presión con cables, conmutadores y lucecitas soldados por doquier, que se acerca por el pasillo botando y rodando escandalosamente. Un adolescente pecoso de despeinado pelo negro como el carbón, gafas de culo de vaso y vestido con una túnica oficial de los ingenieros reales que le va grande aparece persiguiendo al trote a la peculiar cazuela.
Madre e hijo aprovechan la ruidosa distracción para recuperar la compostura.
—Ven a cenar esta noche a mis aposentos y celebraremos la buena noticia. Hasta entonces, que tengas un buen día, hijo mío —Annisiga se despide con cordialidad, Nakki responde con una inclinación cargada de respeto. Ella sigue su camino, cruzándose con el ajetreado joven y su cazuela a la fuga—. Buenos días, Gálam…
—¿Eh? ¡¡Ah!! ¡¡¡Buenos días, señora!!! —grita él mirando hacia atrás, pues cuando su cerebro registra la presencia de la elegante dama, ella ha pasado ya de largo y se pierde a lo lejos, en otro corredor.
La psicomotricidad y la coordinación no han sido jamás puntos fuertes en el joven ingeniero; la parte superior de su cuerpo intenta girar para saludar a Annisiga, mientras la inferior sigue corriendo, y el resultado es un Gálam que se da de bruces contra el suelo. La cazuela tecnológica sigue rodando hasta detenerse a los pies de Nakki.
—Gálam… ¿se puede saber qué estás haciendo? —exclama Nakki, acercándose al niño y ayudándolo a levantarse—. ¡Siempre igual! Alborotado, despistado y sin mirar el suelo que pisas. ¿No te das cuenta de que un día vas a pegártela de verdad? O peor aún, conseguirás que…
—¿Ah? ¡Oh! ¡Hola, Nakki! —lo corta el chico, resoplando.
—Hola. ¿Qué se supone que estás haciendo? ¿Por qué estás persiguiendo este trasto diabólico?
—¿Trasto diabólico? —Gálam sigue con la vista la mano de su amigo. Entonces se le ilumina la cara al recordar cómo ha llegado hasta allí, y al ver que la cazuela parece intacta—. ¡SÍ! ¡LO TENGO! ¡Joley, joley! ¡Lo he conseguido! Al complementar la tecnología interdimensional de la Sala de Paso, con los radares de detección de flujo y de fricción, he conseguido miniaturizar los controladores de fricciones entre dimensiones…
—Gálam, todo eso me importa un comino —dice Nakki, pero el otro no parece oírlo, demasiado entusiasmado en sus propias explicaciones, mientras va a recoger la cazuela.
—…por consiguiente, hemos llegado a una nueva era en lo que se refiere a los viajes interdimensionales! ¡Joley, joley! ¿Te das cuenta del increíble alcance de mi magnífico invento? —sigue hablando Gálam, ilusionadísimo, cogiendo el trasto con una mano, sacándose un lápiz de la túnica con la otra y empezando a escribir esquemas y formulas incomprensibles en la pared para reforzar su argumentación—. ¡Mira, mira! ¡Te lo explico enseguida! Si aquí tenemos la variable X, entendida como la aleatoriedad de los puntos de fricción en el flujo entre dimensiones, y tomamos otras dos cualquiera en el multiverso, tal y como lo conocemos ahora, y la variable Y como…
—¡Gálam! —trata en vano de detenerlo Nakki.
—…como un microprocesador con suficiente potencia, no sería ninguna tontería que los cálculos previos a la fricción…
—¡¡Gálam!! —repite su amigo, subiendo el tono de voz y buscando con desespero la atención de su colega.
—…y permitiría detectar un margen variable y seguro de paso a través de la fisura interdimensional, evitándose así el riesgo de la incertidumbre Murub…
—¡¡¡GÁLAM!!! —acaba gritando Nakki, agarrándolo por los hombros, dándole la vuelta y observándolo fijamente.
Un silencio espeso se apodera del corredor. Gálam, sin dejar de mover el lápiz arriba y abajo, como si quisiera escribir en el aire, parpadea y parece despertar, saliendo al fin de su estado de posesión científica.
—Uhm… ¿sí? —pregunta, ya más tranquilo.
—¡Gálam! ¡Ni es el lugar, ni el momento, ni la forma de contarme lo que sea que hayas inventado! ¡No entiendo ni una palabra de lo que tratas de decirme! Y dibujar esquemas en las paredes del castillo no es un comportamiento adecuado para un ingeniero oficial de Kígal, ¿de acuerdo? Si quieres dar a conocer algún descubrimiento relevante, te aconsejo que pidas cita al rey o a la Gran Consejera Sannar, y…
Justo entonces, la cazuela empieza a vibrar y emitir sonidos intermitentes, al tiempo que una bonita pero inquietante luz roja se va encendiendo en uno de sus laterales.
—Oh, vaya… —murmura Gálam, haciendo aparecer de la nada un destornillador y manipulando con gesto experto el aparato.
—¿Oh, vaya? —repite Nakki, dando un paso atrás, temiendo que la olla a presión vaya a estallar—. ¿Gálam? ¿Qué sucede?
Por toda respuesta, el inventor deja caer el destornillador y se apresura a coger a su compañero por la muñeca, con una expresión en su rostro llena de pánico e incertidumbre. De la tapa de la cazuela, dónde se encuentra soldada una especie de antena informe, sale un rayo de luz sólida y eléctrica, que crece en una solo décima de segundo y los envuelve por completo. En ese preciso instante el aire parece resquebrajarse, el sonido desaparece y el tiempo se detiene.
Inmediatamente se produce una especie de implosión silenciosa, y la burbuja de luz se desvanece. Pero no lo hace sola. Todo lo que contenía en su interior ha desaparecido también: un círculo de dos metros de diámetro en el suelo, la mitad de una cómoda llena de productos de limpieza, medio candelabro con sus velas, un metro y medio de pared del corredor, una cuarta parte de un tapiz y, por supuesto, un ingeniero oficial de Kígal y el tutor de la futura reina Nírgal.
En el final del pasillo, asoman lentamente dos rostros tímidos y curiosos por el marco de la puerta del comedor. Uno de ellos esconde el rostro detrás de una hoja de lechuga con dos agujeros, mientras que un reguero de salsa resbala por el pelo de la segunda figura. Son Lúgal y Nírgal, que han dejado por unos instantes su batalla gastronómica y han acudido a investigar el origen de la extraña implosión que han percibido.
—Uhm… ¿Qué habrá sucedido, papá?
—No lo sé… —contesta el rey, mientras observa como caen unos fragmentos la pared desaparecida—. Tiene toda la pinta de ser un nuevo invento de Gálam, ¿no te parece?
—Lo dices porqué ha desaparecido un cacho de pared y medio mueble, ¿verdad?
—Ajá… Y parte del tapiz conmemorativo de mi coronación. Pero si es obra de Gálam, mejor que lo dejemos tranquilo… En estas cosas de científicos, más vale no meterse, hija mía. No hay que molestarlos, solo darles comida de vez en cuando y dejar que vayan inventando, ¿sabes?
—Estoy de acuerdo —asiente ella.
—Además, nosotros aún tenemos asuntos pendientes, niñita despistada —gruñe Lúgal, poniendo voz gutural, rota y tenebrosa—. ¡El asunto de la cosecha de arroz!
Nírgal salta, indignada, al recibir otro latigazo al trasero.
—¡No vale! —se queja, poniéndose en guardia con su pollo—. ¡Habíamos firmado una tregua para ver qué había pasado! ¡¡¡Eres un maldito tramposo!!!
—¿Una tregua? ¡No sé de qué me estás hablando! —grita Lúgal, reculando hacia el interior y volviendo a saltar sobre la mesa—. ¡Soy Kanasul, rey de los lagartos gigantes y malo como la peste! ¡Y te voy a robar tus cosechas y el trono de Kígal!
—¡Y un cuerno de lu! ¡No sabes la que te espera, vejestorio! —grita ella, cargando con brío contra el falso señor de los musdágurs—. ¡Ja, ja, ja! ¡No huyas, cobarde! ¡Cuando acabe contigo te van a doler escamas que no sabías ni que tenías!
