
—Aún me cuesta asimilarlo… —dice Ullah, meditabunda—. El rey Kuzu, ¡uno de los líderes más poderosos del planeta y el más veterano! ¿Cómo ha podido pasar?
—Lo siento mucho, pero no puedo hablar de ello, Ullah —responde Zuk telepáticamente, ajustándose al máximo al protocolo—. Se trata de información confidencial.
Ambos se encuentran en el andén de la estación de Shapla, esperando el expreso nocturno procedente de Zink, en el que viajan Ishtar y Nakki. La Torre de la Estación se encuentra al oeste de Shapla y es una de las más periféricas y alejadas de las veintiuna que forman la capital kuzubi.
—Zuk, ¡eres un rancio! —se queja Ullah, levantando la punta de sus alas—. ¡Somos amigos! Además, ¿no ves que ahora se lo contarás a Ishtar y Nakki, y que ellos me lo contarán a mí?
—No puedo hacer otra cosa —responde él, impertérrito—. Hago lo que debo hacer. Sólo me está permitido informar de los detalles a ciertas personas, y tu no eres una de ellas.
—Lo dicho, eres un rancio —afirma ella, acicalándose las plumas con irritación.
A pesar de ser tan pronto, por la mañana, la estación está a tope. Desde su recién inauguración, el tren ha gozado de aceptación absoluta por parte del público kiita, e incluso se está construyendo un nuevo trazado que llevará a Glik, por lo que buena parte del edificio está en obras.
Pero la Torre de la Estación no es la única de Shapla en el que se está trabajando. Otra de sus torres, parcialmente derribada, se está reconstruyendo. Es la Torre de los Conceptos, el espacio donde los kuzubis reciben instrucción, desde el jardín de infancia hasta los estudios superiores.
—Tenéis Shapla patas arriba, ¿eh? Con todo eso del ataque de los piratas… —dice Ullah para cambiar de tema, ante el tozudo mutismo de su compañero kuzubi—. ¿Va para largo?
—Lo siento de veras, pero no puedo hablar de ello, Ullah. Es información confidencial y…
—¡Argh! —grita ella, haciéndolo callar—. ¡Eres imposible! ¿No te das cuenta de que trato de mantener una conversación, pedazo de merluzo? No entiendes que…
Calla porque la megafonía de la estación anuncia la llegada inminente del tren de Zink. Muchos pasajeros que lo estaban esperando, sentados en bancos o tomando algo en el bar, van acercándose a la vía.
—Ya llegan —dice Zuk—. Me parece que viajan en el último vagón.
—Muy bien, ¡vamos a recibirlos! —responde Ullah de mala leche, yendo hasta el final del andén—. Pero que conste que sigues siendo un rancio.
El tren magnético se detiene y al acercarse, a Ullah le parece que algo maligno emana del último vagón, temor que se confirma al verlo en todo su esplendor. Es de color rosa fucsia, que contrasta a tope con el resto del tren, de un blanco nuclear, y está decorado con cabezas de gato de color blanco.
La cara de Ullah, la de Zuk, aunque de forma mucho más discreta, y la del resto de ciudadanos, muestran sorpresa y atención ante el extraño vehículo.
—¿Es… rosa? —pregunta Ullah, señalándolo.
—Es fucsia —matiza Zuk—. Y decorado con lo que parecen rostros felinos.
Las puertas del resto de vagones se abren de forma automática, propiciando el intercambio de pasajeros, pero el vagón especial aún va a deparar nuevas sorpresas al público: la puerta resulta ser también una cara de gato de grandes dimensiones que, al abrire, da la sensación de que el animal esté bostezando.
Ullah observa intrigada el interior del vagón mientras una gota de sudor frío recorre la calva de delfín de Zuk.
—¡Uooooo! ¡Ya estamos aquí! ¡Hola, hola! ¡Viva, viva! —se oye una voz desde el interior.
Segundos más tarde, Ishtar aparece en la puerta, seguida por Nakki, que mira al suelo con cara de vergüenza ajena.
—¡Ishtar! —grita Ullah, contenta.
—¡Ullah! —replica ella al ver a la anzud, pegando un salto y abrazándola—. ¡Oh, Ullah! ¡Vienes a salvarme de este hatajo de muermos! ¡Cuando he percibido tu esencia me he alegrado un montón! ¡No pensaba que estarías aquí tan pronto!
—Sed bienvenidos a Shapla, Ishtar y Nakki —dice Zuk, siempre ceremonioso.
Al oír resonar estas palabras en su mente, Ishtar recuerda que casi son las mismas que utilizó el rey Kuzu al recibirla en su primera visita a Shapla.
—Muchas gracias, Zuk. Agradecemos tu acogida, te damos el pésame por la muerte del rey y deseamos que terminen los malos momentos que está pasando vuestra nación —piensa Nakki.
—Pero, ¿cómo ha sido? —pregunta Ishtar—. ¿Qué ha pasado aquí? ¡Aún no puedo creer que haya muerto! ¡Pero si estaba hecho un chaval!
—Preferiría hablaros de ello más tarde —responde Zuk—. No es éste el lugar ni el momento más adecuado para daros información confidencial. Primero os acompañaremos a vuestro alojamiento.
—¡Claro, claro! —contesta ella, caminando hacia la salida—. Vamos, chicos, ¡adelante!
—¡Alto! ¡No os vayáis sin mí! —se oye desde el interior del vagón—. ¡Ishtar! ¡Que te olvidas el cetro!
Cargado con montones de maletas, bolsas, cajas, archivos y un cetro de madera milenario, aparece Malag, haciendo mil y un equilibrios con todo el equipaje.
—¡Anda! —dice Ishtar, tocándose la frente con la mano—. ¡El cetro! Ya me parecía a mí que iba muy ligera. ¡Como si me faltara alguna cosa!
—Ishtar, ¿aún no has interiorizado que debes llevar siempre el cetro encima? És un arma poderosa, ¡no te lo puedes ir dejando por ahí! —le riñe Nakki.
Ella agarra el cetro que sobresale de una de las cajas y dedica una sonrisa forzada a Nakki.
—¡Ay! Nakkito, Nakkito, ¡es que es un trasto, el cetro este! Es muy grande… ¿No podría ser un pin? ¿O una pulsera? O, ya puestos, ¿un anillo de poder? Sería más normal, ¿no crees? ¡Pero no! ¡Tiene que ser un cetro que no me cabe en ninguna bolsa!
—Este cetro es una reliquia, herencia de veintitrés generaciones de…
—¡Excusas! ¡Lo que pasa es que sois unos tacaños y no queréis gastaros dinero en comprar uno nuevo! Uno de fibra de carbono extensible, ¿qué te parece?
Él la ignora y sigue caminando.
—Por cierto, Ishtar… —interviene Ullah, que la sigue de cerca—. Ejem.. ese vagón fucsia… ¿qué representa exactamente?
—¡Ah! ¡Mi vagón! —responde ella, contenta—. ¿Verdad que mola un montón? Nakki me dijo que cuando viajáramos en tren, lo haríamos en un vagón especial, para no tener los problemas que tuvimos la última vez, ¡y me dejó escoger el color!
—Cosa que nunca hubiera hecho —interrumpe Nakki—, de haber sabido que el color elegido iba a ser este fucsia espantoso, con caras de gato para más inri.
—Oye, ¡que no es un gato cualquiera! ¡Es Grati! ¿No te habías dado cuenta?
—Oh, sí… —dice Nakki—. Créeme… la reconocería incluso con los ojos cerrados. La he visto muy de cerca, a tu Grati. Y no es algo que pueda olvidar fácilmente.
—Podrías haber escogido un color más discreto —se queja Malag, siguiéndolos a duras penas—. ¡Nos mira todo el mundo! Además… ahora que caigo… ¿cómo es que tú no llevas nada? Mírame a mí, cargado como un burro, ¡y tú tan ancha, solo con el cetro!
—¡Si tú ya te las apañas la mar de bien! —dice ella, moviendo el cetro como si fuera una majorette.
Ishtar recibe un escandaloso estrépito por respuesta; las cajas, maletas, bolsas, y material de laboratorio vario se desparraman por el suelo consiguiendo que todo el mundo se fije en el desolado Malag, sentado entre el variopinto equipaje.
—¡Vaya! He tropezado… —dice el chico.
En unos minutos se reparten entre todos el equipaje y salen de la Torre de la Estación al nivel 0 de la ciudad. Ése es el punto de partida de las veintiuna inmensas torres de Shapla; a ras de suelo luce un gran jardín de verde césped, adornado por gran variedad de plantas autóctonas que recuerdan las algas marinas y el coral, y un montón de riachuelos que serpentean por allí, libres y bohemios.
—¡Eso es impresionante! —exclama Malag sin saber muy bien dónde fijar la vista—. Me habían hablado de Shapla, ¡pero jamás la hubiera imaginado tan espectacular! ¿Cómo es posible que no se caigan estas torres? ¡¡Parece físicamente imposible que las columnas resistan el peso de las plataformas!!
—¿Ves como tenías que venirte? ¡Gálam tenía razón! Vas a aprender muchas cosas de Física, ¡cómo él! —dice Ishtar con aires de sapiencia—. ¡Chico, eso es que has viajado poco! ¡A mí ya no me impresiona! He estado aquí un montón de veces, y me conozco la ciudad como la palma de mi mano. Fíjate, ¿ves esa torre de ahí? ¡Es la Torre de los Kuzubis Rancios! ¡Los tienen allí desterrados a todos!
—¡Ja, ja, ja! —ríe Ullah—. ¡Vamos, Zuk! ¡Ya puedes ir pasando para allá!
—Ishtar, no digas tonterías —responde Nakki, con su seriedad habitual—, esa es la Torre Sanitaria, donde están todos los recursos médicos de Shapla.
—De acuerdo, me has pillado… Quizás no conozco todas las torres. ¡Pero esa grandota de ahí delante sí sé cual es!
—Bueno, eso lo sabe todo el mundo… —dice Ullah, sonriendo—. ¡Ya hemos llegado! ¡La famosa Torre de los Huéspedes!
Ante ellos se levanta otra de las grandes torres de Shapla. De unos quinientos metros de altura, con siete plataformas llenas de hoteles, hostales y pensiones para todos los gustos, dónde se concentra todo el sector hotelero de la ciudad. Su excelente ubicación, entre el puerto y el centro, muy cerca de la Torre de los Conceptos, la convierten en un buen punto desde donde se puede admirar la obra de arte que es la ciudad, con el inmenso mar Ksir al fondo.
—¡Aja! ¿Verdad que es aquí donde se va a celebrar el simposio? —pregunta la reina de los zitis.
—Exactamente —responde Nakki, orgulloso de sí—. Nos alojaremos en el Gran Hotel Shapla, el más grande y espectacular de la ciudad, que ocupa la totalidad de la última plataforma de la torre. Allí celebraremos el encuentro de los seis líderes del planeta, ¡y será donde se tomen las decisiones más importantes y transcendentales para el futuro de Ki!
—Y en el restaurante del hotel tendrán helados, ¿verdad? —pregunta Ishtar, esperanzada—. De esos artesanos y cremosos… ¿Sabes a los que me refiero?
—Eso es lo de menos —dice Nakki, seco, entrando en el ascensor de cristal de la Torre.
—¡Oh! ¡Claro que tienen helados de esos! —susurra Ullah—. Y no olvidéis probar el mejor… ¡El helado artesano con chocolate deshecho encima!
—¡Que bien! —gritan Malag e Ishtar, al unísono—. ¡Joley, joley!
El ascensor transparente va subiendo y sus pasajeros van viendo alejarse el suelo de Shapla. Les lleva sólo hasta la primera planta, donde se concentra la parte de ocio de la torre, y después van a buscar otro elevador interior, que les va a conducir sin interrupción a la última plataforma. A partir de ese momento, su ángulo de visión es mucho más elevado, y ello les permite disfrutar de una vista privilegiada del maravilloso paisaje de los jardines de la ciudad.
—¡Vaya, qué preciosidad! —dice Ishtar, hipnotizada—. Tú ya debes estar acostumbrada a ver las cosas desde grandes alturas, ¿verdad, Ullah? Lo de antes no iba en serio… ¡Jamás me cansaré de contemplar Shapla!
—Sí —corrobora Ullah—. ¡Es una ciudad espléndida! Sólo le veo un pequeño defecto…
—¿Ah, sí? ¿Cuál? —pregunta Ishtar.
—Está plagada de kuzubis.
La risa se apodera del ascensor. Nakki y Zuk ignoran con su habitual seriedad las risas incontrolables de Ishtar, Ullah y Malag, que se parten la caja hasta llegar al final del trayecto. En el último piso, las puertas se abren dando paso a la plataforma superior de la torre, ocupada en su totalidad por el Gran Hotel Shapla.
El edificio principal, en forma de cúpula, con treinta plantas y ochenta y nueve metros de altura, se encuentra en el mismo centro de la plataforma. A su lado está el edificio de convenciones, también acabado en una cúpula y ocupando un área de 35.000 m2; éste incluye un centro de telecomunicaciones, un balneario y diversos servicios anexos como tiendas de todo tipo, restaurantes y clubs nocturnos. Rodeando el lujoso complejo, los jardines están llenos de fuentes y riachuelos con pequeñas cascadas, dando la impresión de encontrarse en una pequeña ciudad.
—¡Madre mía! —grita Ishtar—. ¡Esto es enorme! ¡No es sólo un hotel! ¡Es más grande que mi pueblo!
Al llegar al final de la escalinata se les acerca un kuzubi que les sonríe mientras va haciendo pequeñas reverencias.
—¡Ah! La delegación ziti… ¡Que gran honor! ¡Bienvenidos, bienvenidos al Gran Hotel Shapla!
Ante la mirada alucinada de Ishtar, que no ha visto jamás sonreír a un kuzubi, éste hace una señal casi imperceptible con la mano. Cuatro botones aparecen de la nada, cogen las maletas con extrema diligencia y salen disparados hacia el interior del hotel.
—Y ahora, si me hacen el favor de seguirme, los acompañaré a la recepción…
—No va a ser necesario, Gustave. Ya me ocupo de ellos yo mismo —dice Zuk, y el kuzubi sonriente hace mutis.
De camino hacia el hotel, todos se dan cuenta de la gran cantidad de personal de seguridad kuzubi, que destaca del resto por ir uniformado, con gorro incluido. La policía parece dominar toda la plataforma y ha establecido un cordón de seguridad alrededor del centro de convenciones.
—Oye, Zuk, antes no te lo he comentado pero, ¿no te parece que os estáis pasando un poco con el tema de la seguridad? —dice Ullah—. ¿Es necesaria tanta policía? Cierto es que va a ser un simposio muy importante, pero…
—Bueno, supongo que ha llegado el momento de dar explicaciones —dice finalmente Zuk—. En realidad, no estaba prevista tanta presencia policial; la previsión ni siquiera llegaba a una tercera parte de lo que veis ahora… Pero ayer a primera hora se activó el Protocolo de Seguridad Internacional. Shapla está casi aislada, vigilamos con discreción todos los accesos y se han establecido zonas de riesgo especial, como el mismo hotel, al que no se puede acceder sin las acreditaciones adecuadas. Además, esta torre ha quedado aislada, se han retirado los puentes que la comunican con las demás, y se ha establecido un perímetro telepático restrictivo en todo el hotel. La Policía Internacional Kiita colabora con nuestros propios agentes, pero la verdad es que todo el mundo está muy tenso.
—¿Habéis activado el Protocolo de Seguridad Internacional? —dice Nakki, extrañado—. Pero, ¿por qué? Eso sólo estaría justificado en caso de…
—Exacto —asiente Zuk, sombrío—. El rey Kuzu no falleció de muerte natural. Ha sido asesinado.
